[La lectura como habitar y el profesor de lengua y literatura como mediador de lectura]. Por Nicolás Meneses

El siguiente texto escrito por Nicolás Meneses aborda la práctica del profesor de Lengua y Literatura bajo el concepto de "mediador de lectura" de Beatriz Helena Robledo y reflexiona sobre la experiencia de transmisión cultural de Michèle Petit. Fue presentado en el XII Congreso de Estudiantes de Castellano de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación el viernes 4 de diciembre de 2015.

La lectura como habitar y el profesor de lengua y literatura como mediador de lectura

En las bases curriculares más actualizadas del Ministerio de Educación (2013), que rigen desde séptimo a segundo medio, se modifica la nomenclatura “Lenguaje y comunicación” y se reemplaza por la de “Lengua y literatura”. Este nuevo enfoque contempla el desarrollo de dos competencias, la comunicativa y la cultural al alero de tres ejes: lectura, escritura y comunicación oral. Estos ejes, cito: “Permiten describir los conocimientos, las habilidades y las actitudes involucradas en el logro de estas competencias”. También se añade un eje investigativo, pero el siguiente texto solo se centrará en el eje de la lectura.
Al revisar el primer eje de las bases curriculares, casi al final de su descripción se encuentra dos veces el concepto de “mediación”. El primero hace relación con el apoyo que debe prestar el profesor a los estudiantes para abordar las lecturas que el Ministerio agrupa en torno “a temas que contribuyen a la reflexión y discusión sobre preocupaciones propias del ser humano”, el otro segmento en el que aparece el concepto de “mediación” lo cito en extenso porque será el punto de partida de mi análisis:
El profesor, como experto en la asignatura y conocedor de primera fuente de las características de sus alumnos, está llamado a complementar esta lista con lecturas que sean desafiantes y pertinentes, y que –con una mediación adecuada- les permitan desarrollar toda su potencialidad y los preparen para la vida adulta […] es imprescindible estimular la búsqueda de los propios gustos de lectura y motivar la lectura independiente, por lo que el currículum también contempla instancias en las que los estudiantes eligen sus propios textos.
El concepto de mediación aparece recién cuando se menciona la libertad que tendría el profesor de lengua y literatura para orientar a los estudiantes en sus lecturas, en cambio, para la lectura “en general” las bases recomiendan estrategias de comprensión que permitan enfrentarse a la lectura de manera metacognitiva y reflexionar sobre las dificultades que surgen al leer. Se dice que estas estrategias apuntan a que los estudiantes desarrollen autonomía y flexibilidad para resolver problemas de comprensión en diversas situaciones, pero no menciona ni hace referencia a ninguna estrategia particular.
La mediación puede ser una de esas estrategias que no se nombran en las bases curriculares. Esta, lejos del sociológico “conocer de primera fuente las características de sus alumnos” se acerca más a la biología del conocer y la biología del amar de Humberto Maturana (1990) que define el aprendizaje como una transformación en la convivencia que se da permanentemente porque el cuerpo, a través de múltiples lenguajes, sobre todo el emocional, cambia, la mayoría de las veces de forma imperceptible. La mediación de Robledo (2010) toma como punto de partida la multidimensionalidad emocional que niños y niñas respetan en los adultos. Otra cosa que tiene en común el concepto de mediación con los planteamientos de Maturana es que no se ciñe restrictivamente al ámbito escolar, sino a todos los espacios públicos y privados. El concepto de mediación es transversal y toma en cuenta el trabajo práctico como base de comprensión y estudio. Es un campo de conocimiento relativamente nuevo y tiene más experiencias que textos teóricos.
El concepto de mediación, a pesar de su relativa juventud, se atreve a proponer la lectura y la escritura como derechos fundamentales en las sociedades democráticas, sus objetivos primarios son los mismos que podemos identificar en las bases curriculares antes mencionadas, estas son: la formación de un lector crítico, la inserción de los sujetos de manera idónea en su contexto sociocultural y agudizar y diversificar el proceso de pensamiento. Pero donde las bases curriculares son tímidas, la mediación es enfática: se debe cambiar el paradigma de la lectura obligatoria a la lectura voluntaria. Esta propuesta no está ajena de cuestionamientos, puesto que la noción que domina el modelo educacional nacional insiste en obligar a adquirir un supuesto gusto y placer por la lectura y sobre todo por la literatura, sin cuestionarse ni explicar de qué manera se fuerza el gusto y el placer.
El cambio de paradigma que propone el concepto de mediación de Robledo propone como ejes cinco elementos: la noción de lector, que se diferencia del sujeto alfabetizado por desarrollar la lectura más allá de lo instrumental y práctico como leer una señal de tránsito, un manual de indicaciones o las cláusulas de un contrato; le sigue la lectura como acto multidisciplinario e interactivo; la lectura que toma en cuenta al productor del texto (y por ende, las condiciones de producción) y la noción de contexto. Puntos de partida para pensar en la concreción de un proceso de construcción de sentido que se opone al ejercicio mecánico de decodificación y la repetición de discursos.


Michèle Petit presenta su libro Leer el mundo

La noción de lector, que va a ser clave para el mediador de lectura, se constituye por el perfil sociocultural del sujeto, los motivos que tiene para dar opiniones frente a lo leído, expectativas que adquiere y los efectos de la lectura para él, sean estos instrumentales, de prestigio, estéticos o de distracción. La dificultad para penetrar todas esas dimensiones es evidente, no solo se trata de desplegar una lista de características de los alumnos, sino de relacionarse con cada uno de ellos a un nivel adecuado en el que, volviendo a Maturana, se vea al otro como un par legítimo en la convivencia, sin imponer ni forzar nada. Entablar confianza para llegar a un conocimiento es básico para realizar la mediación que siempre será intervención afectiva y sociocultural con compromiso político, que exponga las funciones de la lectura y la escritura en la comunidad en que se inserta, los intereses y necesidades del sujeto y la comunidad, promueva la inclusión, amplíe el campo de acción y muestre la lectura como una práctica placentera y significativa. Michèle Petit (1999) en un artículo sobre el papel de los mediadores menciona que:
…el iniciador a los libros es aquel o aquella que puede legitimar un deseo de leer no bien afianzado. Aquel o aquella que ayuda a traspasar umbrales, en diferentes momentos del recorrido. Ya sea profesional o voluntario, es también aquel o aquella que acompaña al lector en ese momento tan difícil, de la elección de libro.
El momento de elección de un libro es clave, ese que casi nadie tuvo en el ambiente escolar, que muchas veces restringe y obliga. El mediador debe ser doblemente consciente de la diversidad de intereses y necesidades de sus alumnos, los que no necesariamente pueden trabajarse con las lecturas sugeridas del Ministerio de Educación, por más que aborden “temas sobre las preocupaciones propias del ser humano”. Para un lector, un buen libro siempre estará vinculado con el poder de interpelación, que tiene en sí la preocupación de ser, pero desde su individualidad. Petit lo recalca en su artículo:
Por ello me parece que nunca se insistirá demasiado en esa característica del libro, la diversidad, y en la importancia de esta diversidad para poder elaborar la propia historia, la propia combinación y no perderse en identidades postizas […] Algunos sociólogos se han preguntado incluso en qué medida la “imposición masiva” de grandes títulos literarios no es vivida por los jóvenes poco familiarizados con el universo literario como una uniformación.
El mediador de lectura tiene el poder de seleccionar un texto, un mundo para cada estudiante o varios estudiantes, más allá de la imposición de las estructuras escolares. Este poder de selección será determinante en la medida en que tome en cuenta todos los factores mencionados de la noción de lector, desarmando incluso, si se hace necesario, el canon escolar o como lo llama Petit: “El Panteón por visitar”, dejando que el propio estudiante lo elabore, a medida que vaya, como plantea el Ministerio, tomando en serio su autonomía y llegue a transformarse en ese ansiado “lector crítico”.
Bajo el alero de la mediación, emerge otra dimensión no abordada por las bases curriculares. Michèle Petit a lo largo de su obra ha mostrado una preocupación visible por la falta de pruebas en el discurso de defensa de las artes y las letras de su rentabilidad inmediata. Ella plantea, sin aspivamientos, la necesidad, en una sociedad dominada por el neoliberalismo, de saber defender con sus propios principios la importancia de la lectura. En Leer el mundo: Experiencias de transmisión cultural se vuelve a las preguntas claves: ¿para qué sirve leer?, ¿por qué leer hoy?, ¿por qué incitar a los niños a que lo hagan? Y una que este texto ha tratado de responder en la primera parte: ¿cómo transmitir el gusto por la lectura y las prácticas culturales? A lo largo de su obra, la antropóloga francesa esboza un montón de respuestas, pero tal vez las más interesante y completa está en este último libro. El primer ensayo, Te presento el mundo, responde a las primeras tres preguntas al mismo tiempo:
Para que el espacio sea representable y habitable, para que podamos inscribirnos en él, debe contar historias, tener todo un espesor simbólico, imaginario, legendario. Sin relatos -aunque más no sea una mitología familiar, algunos recuerdos-, el mundo permanecería allí, indiferenciado; no nos sería de ninguna ayuda para habitar los lugares en los que vivimos y construir nuestra morada interior (23).
Sin relatos hay una imposibilidad de habitar el mundo y menos aún, nuestra interioridad. La simbolización y el relato, de manera oral y escrita son las únicas capaces de poner en marcha el pensamiento, la asociación, la construcción de sentido. La lectura promueve la externalización de procesos, la sensibilidad y los discursos que antes no estaban o se veían reprimidos. El sujeto necesita la cultura, la mediación, las representaciones, figuraciones simbólicas para salir del caos, ya sea interior o exterior. Lo que nos habita debe encontrar primero cómo decirse hacia afuera, y por vías indirectas, para que podamos instalarnos nosotros mismos, para que tramos enteros de lo que hemos vivido no se queden enquistados en zonas muertas de nuestro ser.
La lectura es capaz de dar modelos infinitos de representación, que luego pueden constituirse, si el sujeto es capaz de concretarlos y apropiarlos, en vínculos sociales, amor, amistad, proyectos compartidos, prácticas culturales. Como dice la autora “somos seres de lenguaje en caza perpetua de expresiones afortunadas”, encontrar, como se lee en otro capítulo del libro, “las palabras a la altura de la experiencia” propia es vital, pues “en la lectura opera una dimensión de apropiación salvaje, casi desviación, que no espera la recomposición del recuerdo: es inmediata”. El estudiante, niño o persona a cualquier edad, no recibe un texto pasivamente, lo transforma, lo incorpora, lo integra a sus juegos, a sus pequeñas puestas en escena cotidianas. Es incapaz, por la inercia de su experiencia, la explosión de su imaginario y el contexto, de encontrar una única lectura, la que piden los libros de texto, el profesor y el Ministerio de Educación. La complejidad de la red del proceso de construcción de sentido varía de persona en persona, los énfasis se desordenan, las interpretaciones se disparan. Algunos dirán no siempre, pero sí en la mayoría de los casos y si el texto es de calidad.
Otro componente del habitar que Petit identifica son las metáforas espaciales como elementos recurrentes en los recuerdos de lectura. Ella escuchó, en los inmigrantes con los que pudo compartir y trabajar, nociones de un espacio que, literalmente, les habría dado lugar, frases donde el desarraigo se neutralizaba como: “Los libros eran mi tierra de asilo”, “era un paisaje mío”, “tenía un lugar propio, mis libros, todo eso”, “los libros eran mi casa, siempre estaban ahí para recibirme”, etc. El objeto-libro y sus contenidos, textos e ilustraciones, parecen mezclarse para hacer de la lectura una experiencia espacial:
Un reducto algo oculto, pasajes escondidos que abren hacia otro mundo, ser transportado, una serie de elementos que vuelven en muchos recuerdos y que, lejos de oponerse, se llaman unos a otros. Pero en esas evocaciones, me parece que lo primero es el “transporte”, el desprendimiento saludable de lo cercano, el salto fuera del marco habitual gracias al descubrimiento de que existe otro mundo, más allá (pp. 49-50).
La dimensión subjetiva, tan postergada incluso por los teóricos de la recepción, tiene un sinfín de aristas demasiado extensas para revisarlas en este breve texto. Solo se ha intentado, desde dos conceptos claves y aliados, la mediación y la lectura como habitar, demostrar que la mediación como estrategia es una forma completamente factible de dirigir un proceso de aprendizaje en el aula, aunque sea en esos pequeños resquicios que dejan las estructuras del modelo educacional chileno. Además, se señala la ventaja física de este enfoque, que no solo se circunscribe al contexto escolar. De hecho, la mayoría de las experiencias más exitosas de mediación de lectura se han realizado en espacios informales, de vulnerabilidad social, ya sea de aislamiento rural o marginalidad urbana. Los libros teóricos sobre mediación están llenos de experiencias lectoras, de éxitos brutales, de lectores emergentes que explotan toda su vitalidad e imaginación, compromiso social y participación pública. No se trata de sacralizar a la lectura, vivimos en una sociedad donde lo “lectoescritural” está tomando un protagonismo nunca antes visto y si intenta sacar provecho de aquello.
Incorporar a nuestra formación regular los nuevos enfoques y herramientas que nos ofrecen investigadores y mediadores culturales es urgente para enfrentar el desafío de educarnos. Incluso, se hace imperioso incorporar estudios sobre la práctica de la lectura, la mediación y estrategias de comprensión a los programas de formación docente. Algunas universidades ya han empezado a renovar sus mallas curriculares en esa dirección. El Plan Nacional de la Lectura 2015-2020, a pesar de sus buenas intenciones, no tiene incidencia alguna en la formación de los que son los principales formadores o anuladores de lectores, a pesar de que anuncia el trabajo articulado entre los organismos del Estado, como el mismo Ministerio de Educación. Si fuera de ese modo, si el discurso que pregona ese plan que aparece cada nuevo gobierno se tradujera en recursos suficientes para las instituciones formadoras y se trabajara por articular a todos los actores de la cultura escrita, el concepto de mediador y la lectura como espacio habitable al menos se discutiría como parte del rol del profesor de lengua y literatura. Quién sabe si se tendrían efectos tanto o más positivos como los registrados por investigadores y docentes como Beatriz Robledo, Aidam Chambers o Michèle Petit.


Bibliografía
Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (2015). Plan Nacional de la Lectura 2015-2020. Santiago de Chile: Ministerio de Educación y Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.
Maturana Romesín, Humberto (1990). Emociones y Lenguaje en Educación y Política. Santiago de Chile: Editorial Dolmen.
Ministerio de Educación (2013). Bases Curriculares 2013: 7° básico a 2° medio. Lengua y Literatura. Santiago de Chile: Ministerio de Educación.
Petit, Michèle (1999). El papel de los mediadores. Revista Educación y Biblioteca, número 105, págs. 14-17.
Petit, Michèle (2015). Leer el mundo: Experiencias de transmisión cultural. Buenos Aires: Fondo de Cultural Económica.
Robledo, Beatriz Helena (2010). El arte de la mediación: espacios y estrategias para la promoción de la lectura. México: Editorial Norma.

*Fuente de fotografía de Michèle Petit: El jinete insomne.

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