[Presentación de Casimir de Juan Manuel Silva Barandica]. Por Andrés Claro

Casimir es el segundo libro del poeta Juan Manuel Silva Barandica; publicado a fines de 2014 por Libros La Calabaza del Diablo, el académico y escritor Andrés Claro se hizo cargo de su presentación.


Presentación de Casimir de Juan Manuel Silva Barandica

Buenas noches. Casimir, voy a hablarles de Casimir entonces.
Pues lo primero que impacta en este libro de poemas es cómo su título nos coloca en la senda de Hendrik Brugt Gerhard Casimir, el físico cuántico holandés, célebre por sus trabajos sobre estructuras hiperfinas, superconductores en fluidos y el comportamiento a bajas temperaturas. Al comienzo mismo del libro, en los epígrafes que lo encabezan, este Hendrik Casimir es situado junto a quien fuera su compañero de trabajo, Niels Bohr, con la intención de prevenirnos no solo sobre la influencia poderosa de los acontecimientos azarosos de la realidad, sino sobre la necesidad, ante los mismos, de activar el lenguaje de la poesía; esto es, de activar un lenguaje que ya no sea simple comunicación instrumental, sino modelo de exploración heurística de lo real. Y es así como, ante la tarea que se autoimpone, la lengua de Silva Barandica deviene una suerte de principio de incertidumbre, un desafío a la comprensión desde estructuras microscópicas alteradas por azares impredecibles, lo que constituye un cambio radical frente a la textura de Trasandino, su libro anterior de poemas, donde habla de movimientos y de desplazamientos que se dan a una escala newtoniana, mucho más reconocible para el sentido común.
Pues lo que se pone en escena en Casimir no es la expresión de sentimientos desbordantes ante el azar del mundo; no se personifica la naturaleza, ni se mistifica el cosmos; no hay retórica whitmaniana en lugar alguno. Lo que nos propone es una indagación de la consistencia microfísica de la realidad del presente y del pasado, a partir de la contemplación y el recuerdo de las actitudes más cotidianas, como los viajes, paseos, el sexo y los almuerzos en restaurantes, pero también las lecturas, las salas de clases y los pizarrones, todo lo cual nos sale al paso para mostrarnos que lo más inmediato, lo más a la mano, al mirarlo más de cerca, se rarifica en un azar desconocido. Es lo que resume programáticamente en el poema “Casimir” mismo: “Yo quise decir tanto del universo y que todo / era capaz de ser contenido en un huevo” (en el poema “Lavoisier” reformula: “Como quien se droga buscando patrones / otros se sientan a escuchar cómo cimbra / la danza del sol en las alas de un zorzal”). Y es lo que pone en obra en visiones líquidas, como esta del poema “Los adioses”:

Pero la pileta era olímpica
y uterina, también las minas y esas gotas
mientras miro bajo el agua los rayos del
mundo hervir como una salamandra.

Ciertamente, en esta objetividad concreta se reconoce por momentos el programa de una cierta poesía angloamericana que hizo historia al llamar a fijarse en el "sentido llano de las cosas", en una "realidad severa". No solo el “No ideas but in things”, el "No hay ideas sino en las cosas" de William Carlos Williams, sino sobre todo el “Not ideas about the thing but the thing itself” de Wallace Stevens, de quien Silva Barandica ha traducido entre otros La Roca, que se cierra justamente con esta admonición: “No ideas sobre la cosas sino la cosa en sí misma”.
Con todo, si los esquemas imaginativos, estas cosas ideas, surgen del encuentro entre la mirada y el mundo, el lenguaje cuántico de Casimir no puede sino alterar todo lo que mira, con lo que se va generando una textura distinta a la de Stevens: más caótica, por momentos mucho más brumosa, pero en medio de la cual despuntan imágenes de una precisión y nitidez reveladora. Como esta, deslumbrante, del poema “Movimiento”:

La flor del cardo
devuelve los haces de luz en forma de agujas.

No hay nada aquí de la imagen surrealista, construida por predicación inesperada, mucho menos una lógica onírica. Lo que hay es una visión epifánica en medio de un paisaje de brumas, una suerte de traducción a otra visión posible de esa célebre imagen de Pound en Los cantos: "In the gloom the gold gathers the light against it" ("En la penumbra, el oro atesora la luz a su alrededor").
Como sea, es en medio de este mundo rarificado, de epifanías episódicas, que hacia la mitad del libro aparece también un pathos más recriminatorio, activado por la realidad ya propiamente nacional, por la postdictadura chilena, que reclama ante el olvido de lo que se pretende no haber sabido, o impone la voz de un muerto al que no se ha conocido. De modo que si Wallace Stevens, en la misma traducción de Silva Barandica, hablaba de que “cuando se pasan / los setenta, donde mire uno ya ha estado ahí antes”, Casimir pone en escena más bien lo contrario; así, en “Scarifare”, advierte:

Llegaste tarde, sin conocer
a quienes perdían las piernas en Matucana
o se arrastraban por la Papelera
para calentarnos.
La semejanza es con la ingeniería
no con los hechos tempestuosos.

En "Nometulafken", a su vez, muestra que se trata de: 

Imaginar el aullido de un lobo cuando
la policía busca al culpable...
como el brillo de una bala al fondo
del bosque o un alerce quemándose
sin que nadie lo escuche.

Hacia el final, incómodo y desencantado pero nunca cínico, la advertencia deviene proverbial; así, en “Giordano Bruno” nos increpa: “eso del palo al gato, como pegas pagas / donde se cierra una puerta se abre / una ventana: hacer de todo un negocio”.
Musicalmente hablando, entonces, se habrá reconocido ya, hay otro impacto notorio de lo que es un cambio de influjo desde la textura propia de la poesía francesa derivada del simbolismo hacia la textura del inglés de los modernistas, a saber, estos ritmos aliterativos de Casimir. Pues si es difícil pensar en un poema digno de su nombre que no contenga un grado de musicalidad –que no induzca al menos una cierta cadencia y repeticiones sonoras más o menos funcionales– son sobre todo las consonancias duras las que despuntan una y otra vez al oído en Casimir, donde líneas como: “Cuanta matemática cabe / en la caja que acuna una canción” (2), o “El lenguaje entró en la casa / sigiloso como un hijo” (13), o “batir el baso de Coca Cola para el cólico” (18), o “una palabra que en la tierra palpita” (44), son el tipo de sonoridades que abundan por doquier. Al punto que, a fin de cuentas, su intensificación puede terminar llevando a una experiencia puramente sensible, que se sobrepone y hasta opaca lo que las palabras simplemente dicen. Como en estas líquidas de “Defensa del Islam”: "Silban las piedras lo que limpian las noches" (11).
Pues de sibilantes no puede sino saber Silva, condenado por su patronímico. No por nada, al final del libro, en un poema llamado “Siváinvi”, habla de “un nombre común en castellano / pirámide de letras que aguarda inquieta” (69). Es lo que obliga a volver al comienzo, al nombre mismo que firma este libro, que piramidalmente se descompone al modo de un haikú sonoro:

Juan Manuel
Silva
¡Barandica!

Que es como decir

Juan Manuel
Canta
¡En buena hora!


Andrés Claro (Santiago de Chile, 1968). Escritor. Autor de La inquisición y la cábala (1996), Las vasijas quebradas (2012), La creación (2014).

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